Como manifestación concretas de racismo, la segregación y la discriminación deben distinguirse desde un punto de vista analítico. la primera mantiene al grupo racializado a distancia y le reserva espacios propios, que únicamente pueden abandonar e determinadas condiciones, más o menos restrictivas; la segunda le impone un trato diferenciado en diversos ámbitos de la vida social, en la que él participa, de una manera que puede llegar a humillarlo. En la práctica, segregación y discriminación pueden combinarse, como hasta hace poco sucedía en Sudáfrica, donde el apartheid con llevaba también una organización económica de la producción que convertía a lo negros en un grupo socialmente dominado, además de segregado. Segregación y discriminación pueden tender también en algunos casos a disociarse, en el curso de ciertos procesos en los que una de ambas lógicas se impone a la otra.
Así por ejemplo la experiencia nazi se saldó no sólo con una segregación absoluta —guetos de Polonia, campos de concentración sino también en detrimento de la explotación económica, que se mostró cada vez más secundaria de cara al macabro proyecto de solución n final. La segregación inscribe el racismo en el espacio y marca la organización geopolítica de un país e incluso la de una ciudad. Perfila figuras espaciales, ya sea a través de los mecanismos sociales espontáneos, de las conductas individuales en las que movilidad social y movilidad residencial se entrecruzan sobre un trasfondo de racismo, o a través de la intervención de ¡as instituciones, locales o nacionales, de las leyes, de los reglamentos o de violencias más o menos toleradas por el poder político. Pero, de hecho, no toda segregación es necesariamente racial o impuesta, y la misma segregación puede prolongarse en lógicas en las que el concepto de raza es secundario y donde se imponen otras categorías, sociales y económicas más que biológicas o físicas.
La segregación racial no conduce a la participación, sino, por el contrario al aislamiento residencial, al término de un proceso que consta de cuatro etapas principales: penetración, invasión, consolidación y hacinamiento El racismo explica en buena parte la concentración de colectivos marginados en espacios segregados, abandonados por los grupos dominantes —lo que no implica necesariamente, en contra de una idea muy extendida, el hundimiento del mercado de la vivienda—, y la discriminación que sufren en el ámbito laboral, en el que ocupan empleos no cualificados y con salarios bajos, así como su exclusión en general de la vida política, local y nacional. Pero, en un determinado momento, la segregación, sobre todo la racial, se refuerza e incluso se prolonga en otras lógicas, sociales y económicas, obedeciendo a las cuales se constituye, en el seno de enormes bolsas de miseria, un sub proletariado cuya suerte ya no puede explicarse únicamente en términos de racismo.
Los ámbitos donde se ejerce la discriminación racial son numerosos y a veces se confunden con los de la segregación, que puede ser una consecuencia de aquélla. Así, al negarse a alquilar viviendas a los miembros de un grupo racializado, o al imponerles restricciones que los desaniman, al exigirles un precio mayor en igualdad de circunstancias, al orientarlos hacia determinadas zonas, los vendedores o los arrendatarios pueden muy bien adoptar una actitud discriminatoria que dará lugar a una segregación de hecho.
La discriminación en la escuela puede arrojar estos mismos resultados. Al dejar que los niños del grupo racializado se orienten hacia una escuela no necesariamente segregada, pero sí al menos eficaz o adaptada a sus dificultades específicas, al ofrecerles una escolaridad mediocre, se les proporciona también un futuro más difícil, menores oportunidades de promoción social y de acceso a los mejores empleos; en definitiva, se alienta su marginación o exclusión.